Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae
y aportaciones del Card. Alfons M. Stickler, Perito en Liturgia en el
C.V.II
A cargo del Cardenal Alfredo
Ottaviani (prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) y el Cardenal
Antonio Bacci
Parte Uno
Nota importante:
El papa Paulo VI se encuentra en
el Purgatorio por “no haber enfrentado a los “lobos cardenales” de su tiempo,
los del C.V.II, al no oponerse a las reformas que los jerarcas masones
infiltrados hicieron en las Mesas de Trabajo conciliares para demoler la
Iglesia (Apoc. 13,11) y que advirtió la Virgen en Fátima (Tercer Secreto: “Satanás
se infiltrará en el seno de la Iglesia; llegará hasta los Más Altos Reinos en
el Vaticano; y hasta la Silla de Pedro” -se cumplió con la elección
promovida por consigna de tres cardenales sudamericanos que lo promovieron,
estando prohibida toda campaña de este tipo por el Papa Juan Pablo II, así
promovieron como alguien que duraría poco tiempo como Papa, así llego B. XVI),
La Sallete y Akita, confirman el caos moral de la Iglesia actual.
Francisco el falso profeta,
suprimirá el Eterno Sacrificio como advierte el Profeta Daniel (Dan. 8 a 11) y
fundará la iglesia de los demonios (“Visiones y Revelaciones Completas a la
Venerable Ana Catalina Emmerich, Cuaderno Núm. 3).
Carta a Pablo VI, de los
Cardenales Ottaviani y Bacci,
Santidad,
Después de haber examinado y
hecho examinar el nuevo Ordo Missae preparado
por los expertos de la Comisión para la aplicación de la Constitución conciliar
sobre la Sagrada Liturgia, y después de haber reflexionado y rezado durante
algún tiempo, sentimos la obligación, ante Dios y ante Vuestra Santidad, de
expresar las siguientes consideraciones:
1. Como
suficientemente prueba el examen crítico anexo, por muy breve que sea, obra de
un grupo selecto de teólogos, liturgistas y pastores de almas, el nuevo Ordo Missae –si se consideran los elementos nuevos
susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen en él sobreentendidas
o implícitas– se aleja de modo impresionante,
tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal
como fue formulada por la 20ª sesión del Concilio de Trento que, al fijar definitivamente los
«cánones» del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que
pudiera atentar a la integridad del Misterio.
2. Las razones
pastorales atribuidas para justificar una ruptura tan grave, aunque pudieran
tener valor ante las razones doctrinales, no parecen suficientes. En el
nuevo Ordo Missae -hasta el nombre parece promovido por
los impulsores del Nuevo Orden Mundial de los sectarios illuminati, aparecen tantas
novedades y, a su vez, tantas cosas eternas se ven relegadas a un lugar
inferior o distinto –si es que siguen ocupando alguno–, que podría reforzarse o
cambiarse en certeza la duda que por desgracia se insinúa en muchos ámbitos,
según el cual las verdades que siempre ha creído el pueblo cristiano podrían
cambiar o silenciarse sin que esto suponga infidelidad al depósito sagrado de
la doctrina, al cual está vinculado para siempre la fe católica. Las recientes
reformas han demostrado suficientemente que los nuevos cambios en la liturgia
no podrán realizarse sin desembocar en un completo desconcierto de los fieles,
que ya manifiestan que les resultan insoportables y que disminuyen
incontestablemente su fe. En la mejor parte del clero esto se
manifiesta por una crisis de conciencia torturante, de la que tenemos
testimonios innumerables y diarios.
3. Estamos seguros de que estas consideraciones, vibrante de los pastores y
del rebaño, deberán encontrar un eco en el corazón paterno de Vuestra Santidad,
siempre tan profundamente preocupado por las necesidades espirituales de los
hijos de la Iglesia. Los súbditos, para cuyo bien se hace la ley, siempre
tienen derecho y, más que derecho, deber –en el caso en el que la ley se revele
nociva– de pedir con filial confianza su abrogación al legislador. Por ese
motivo, suplicamos instantemente a Vuestra Santidad que no permita –en un momento en que la pureza de la fe y la
unidad de la Iglesia sufren tan crueles laceraciones y peligros cada vez
mayores, que encuentran cada día un eco afligido en las palabras del Padre
común–, que no se nos suprima la posibilidad de seguir recurriendo al
íntegro y fecundo Misal romano de San Pío V, tan alabado por Vuestra Santidad y
tan profundamente venerado y amado por el mundo católico entero.
Breve examen crítico
I
II
- liturgia de la palabra;
- liturgia eucarística.
Esta división está acompañada
por la afirmación de que en la Misa se dispone:
- la «mesa de la Palabra de Dios»,
- la «mesa del Cuerpo de Cristo»,
- «acción de Cristo y del pueblo de Dios»;
- «Cena del Señor»;
- «comida pascual»;
- «participación común a la mesa del
Señor»;
- «plegaria eucarística»;
- «liturgia de la palabra y liturgia
eucarística», etc...
III
Tratemos ahora sobre los FINES DE LA MISA: a saber, su fin último, su fin
próximo y su fin inmanente.
1. Fin último.
- en primer lugar del Ofertorio, en el que
ya no figura la oración Suscipe Sancta Trinitas (o Suscipe Sancte
Pater);
- en segundo lugar, de la conclusión de la
Misa, que ya no contiene el Placeat tibi Sancta Trinitas;
- en tercer lugar, del Prefacio, pues ahora
sólo se rezará una vez al año el Prefacio de la Santísima Trinidad.
2. Fin próximo.
3. Fin inmanente.
IV
1. El sentido dado a la denominada «plegaria
eucarística».
El número 54 (al final) de la
Ordenación general declara: «El sentido de esta plegaria es que toda la
congregación de los fieles se una con Cristo en la proclamación de las
maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio».
2. La supresión del papel de la Presencia real
en la economía del Sacrificio.
- las genuflexiones, cuyo número se reduce
a tres para el sacerdote celebrante, y a una sola (aunque con algunas
excepciones) para los asistentes, en el momento de la consagración;
- la purificación de los dedos del sacerdote
encima del cáliz o dentro de él;
- la preservación de todo contacto profano
de los dedos del sacerdote después de la consagración;
- la purificación de los vasos sagrados,
que puede diferirse y realizarse fuera del corporal;
- la palia para proteger el cáliz;
- el dorado interior de los vasos sagrados;
- la consagración del altar móvil;
- la piedra consagrada y las reliquias
colocadas dentro del altar cuando es móvil o se reduce a una simple mesa
en los casos en que no se celebra en un lugar sagrado (esta última cláusula
instaura de derecho la posibilidad de «eucaristías domésticas» en casas
particulares);
- los tres manteles del altar reducidos a
uno solo;
- la acción de gracias de rodillas
(reemplazada por una grotesca acción de gracias del sacerdote y de los
fieles sentados, conclusión de la comunión recibida de pie);
- las prescripciones sobre el caso en que
cayera al suelo una Hostia consagrada, que en el número 239 se reducen a
un «reverenter accipiatur» casi sarcástico.
Todas estas expresiones no hacen
sino acentuar de modo provocativo el repudio implícito del dogma de la
Presencia real.
3. Función asignada al altar principal.
V
Los cuatro elementos que
intervienen en esta realización son, en orden: Cristo, el sacerdote, la Iglesia
y los fieles.
1. Lugar que ocupan los fieles en el nuevo
rito.
2. Lugar que ocupa el sacerdote en el nuevo
rito.
Se minimiza, altera y falsea la
función del sacerdote.
- en primer lugar: con relación al pueblo.
El es el «presidente» y el «hermano», pero ya no el ministro consagrado
que celebra in persona Christi.
- en segundo lugar: con relación a la
Iglesia. Es un miembro entre los demás, un quidam
de populo. En el no 55, en la definición de la
epiclesis 24, las invocaciones se atribuyen anónimamente a la
Iglesia: se desvanece la función del sacerdote.
- en tercer lugar: en el Confiteor, que ahora es colectivo, el sacerdote ya
no es el juez, testigo e intercesor ante Dios. Por lo tanto es lógico que
el sacerdote ya no tenga que dar la absolución, que de hecho se ha
suprimido. El sacerdote queda integrado en los «hermanos»: así lo llama el
acólito que ayuda a Misa en el Confiteor de
«la Misa sin pueblo».
- en cuarto lugar: se ha suprimido la
distinción entre la comunión del sacerdote y la de los fieles. Sin
embargo, esta distinción está cargada de sentido. El sacerdote obra in persona Christi durante la Misa. Al unirse
íntimamente a la víctima de un modo propio al orden sacramental, expresa
la identidad del Sacerdote y de la Víctima, identidad que es propia del
Sacrificio de Cristo y que, manifestada sacramentalmente, muestra que el
Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio de la Misa es sustancialmente el
mismo.
- en quinto lugar: ya no se dice ni una
sola palabra del poder del
sacerdote como ministro del Sacrificio, ni del acto consagratorio que le
es propio, ni de la realización de la Presencia eucarística por medio de
él. Ya no se expresa lo que el sacerdote católico tiene de más que un
ministro protestante.
- en sexto lugar: se ha suprimido o vuelto
facultativo el uso de muchos ornamentos: en algunos casos basta el alba y
la estola (no 298). Desaparecen estos ornamentos, que son signos de la
conformación del sacerdote con Cristo. El sacerdote ya no se presenta como
revestido de todas las virtudes de Cristo; ahora sólo será una especie de
oficial eclesiástico, que apenas se distingue de la masa por uno o dos
galones 25. En suma, el sacerdote –según la fórmula involuntariamente
humorística de un predicador moderno–, será «un hombre un poco más hombre
que los demás» 26.
3. Lugar que ocupa la Iglesia en el nuevo
rito.
En este contexto se insertan:
- la gravísima omisión del per Christum Dominum nostrum, fórmula que para la
Iglesia de todos los tiempos significa y funda la seguridad de ser
escuchado (Juan 14, 13-14; 15, 16; 16, 23-24);
- la vaga y maníaca escatología, en la que
se presenta la comunicación de la gracia –realidad al mismo tiempo actual
y eterna– como fruto de un progreso que se está por realizar;
- el pueblo de Dios «en marcha»: la Iglesia
ya no es la Iglesia militante que combate contra las potestades de las
tinieblas, sino peregrina hacia un futuro que no aparece vinculado al
eterno –es decir, a lo que está más allá del actual–, sino únicamente
temporal.
VI
VII
VIII
Corpus Christi 1969.
Fuente.- https://fsspx.mx/es/breve-examen-cr%C3%ADtico-del-novus-ordo-missae
¿Cómo llegó “el ladrón” a la Silla de Pedro?
Cuarta
Parte, 2ª.Sección, Punto 3 “A”
(En
4 Puntos)
Documentos,
Testimonios y Mensajes de la Virgen sobre el Concilio Ecuménico Vaticano II.
(Puntos 3 “A” y “B”)
Punto 3 “A”
Así
como existe clara evidencia de la penetración a la Iglesia Católica por Agentes
de la KGB y de la GRU –del Servicio del Espionaje Ruso- se darán a conocer las
fuentes por las que se puede localizar la penetración mundial a la Iglesia
Católica por más de 240,000 agentes rusos. Por ahora pasemos al Punto
siguiente:
3. Testimonio del Excmo. Señor
Cardenal Alfons M. Stickler, -Perito en distintas materias- sobre las acciones
diabólicas de la jerarquía masónico-comunista para manipular el Concilio Ecuménico
Vaticano II. A continuación apreciaremos el documento que presenta el propio
Cardenal Stickler:
Recuerdos
de un perito del Concilio Vaticano II
El
Concilio, el Novus Ordo Missae y las innovaciones Litúrgicas
sin fin
Por el Cardenal Alfons M. Stickler
El Cardenal Alfons Stickler es
prefecto emérito de la Biblioteca Vaticana y sus archivos. Actuó como
especialista, como perito, en la Comisión de Liturgia del Concilio Vaticano II.
Fue elevado al colegio cardenalicio por el Papa Juan Pablo II en l985. Este ensayo apareció
originalmente en Die heilige Liturgie (Steyr, Austria:
Ennsthaler Verlag, 1997, Franz Breid ed). La presente es una traducción de la versión en
inglés aparecida en diciembre de 1998 en la revista norteamericana "Latin
Mass", llevada a cabo por Thomas E. Woods, Jr., a pedido del propio
Cardenal Stickler.
MI FUNCION EN EL CONCILIO
- Pido perdón si comienzo con
algunas circunstancias personales, pero lo he considerado necesario para una
mejor comprensión del tema que debo abordar. Fui profesor de Derecho Canónico e
Historia de las leyes de la Iglesia en la Universidad Salesiana y, durante 8
años, desde 1958 a 1966, su Rector. Como tal actué como consultor de la Sagrada
Congregación para los Seminarios y Universidades y, desde las tareas
preparatorias para la implementación de los reglamentos conciliares, como
miembro de la Comisión Conciliar dirigida por ese dicasterio. Además, fui
nombrado perito de la Comisión para el Clero.
Poco antes del comienzo del
Concilio, el Cardenal Larraona, de quien yo había sido alumno en la Laterana y
que había sido nombrado prefecto de la Comisión Conciliar para la Liturgia, me
llamó para decirme que había sugerido mi nombre para perito de esa Comisión.
Objeté que ya me hallaba comprometido para otras dos, como perito conciliar,
sobre todo para la de seminarios y universidades.
Pero
él insistió en que un canonista debía participar debido a la significación del
derecho canónico en los requerimientos de la liturgia. Por lo tanto, y
asumiendo una obligación que no había buscado, viví la experiencia del Vaticano
II desde el principio.
En
general, la liturgia había sido colocada como el primer tópico en el orden de
los temas a tratarse. Fui nombrado en una subcomisión que debía considerar
los modi de los primeros tres capítulos y tenía también que
preparar los textos que se llevarían al recinto conciliar para discusión y
votación. Esta Subcomisión consistía de tres obispos –el Arzobispo Callewaert
de Gantes, como presidente, el Obispo Enciso Viana de Mallorca y, si no me
equivoco, el Obispo Pichler de Yugoslavia– y de tres peritos: el Obispo
Marimort, el claretiano español Padre Martínez de Antoñana y yo. Pude conocer
así, con claridad, los deseos de los Padres Conciliares así como el sentido
correcto de los textos que el Concilio votó y adoptó.
EL CONCILIO Y EL NUEVO MISAL
ROMANO.
Podrá
comprenderse mi asombro cuando comprobé que, de muchos modos, la edición final
del nuevo Misal Romano no se correspondía con los textos Conciliares que yo
conocía tan bien, y que contenía mucho que ampliaba, cambiaba, y hasta iba
directamente contra las provisiones Conciliares. Como conocía con precisión
todo el procedimiento del Concilio, desde las muchas veces largas discusiones y
el proceso de los modi hasta las repetidas votaciones que
llevaban a las formulaciones finales, como también los textos que incluían las
regulaciones precisas para la implementación de la reforma deseada, pueden
ustedes imaginar mi estupor, mi creciente desagrado, y hasta mi indignación,
especialmente con respecto a contradicciones específicas y cambios que
necesariamente tendrían consecuencias duraderas. Por esto decidí ir a ver al
Cardenal Gut, quien el 8 de mayo de 1968 había sido nombrado prefecto para la
Congregación de los Ritos, en reemplazo del Cardenal Larraona, quien había
renunciado a la prefectura de dicha congregación el 9 de enero de ese año.
Le solicité una audiencia en su
departamento, que me concedió el 19 de noviembre de 1969 (aquí quisiera hacer
notar, incidentalmente, que la fecha de la muerte del Cardenal Gut aparece,
repetidamente, adelantada un año en las memorias del Arzobispo Bugnini : 8 de
diciembre de 1969, en vez de la correcta, de 1970).
Me
recibió muy cordialmente, a pesar de que estaba visiblemente muy enfermo, y
pude, por así decirlo, abrirle mi corazón. Me dejó hablar sin interrupción
durante media hora, y entonces me dijo que compartía plenamente mi
preocupación. Enfatizó, de todos modos, que la Congregación de los Ritos no
tenía la culpa, ya que el trabajo de reforma en su totalidad había sido
efectuado por un Consilium, que había sido nombrado por el
Papa específicamente con ese fin, y para el cual Pablo VI había elegido al
Cardenal Lercaro como presidente y al padre Bugnini como secretario. Este grupo
trabajó bajo la supervisión directa del Papa.
He
aquí que el padre Bugnini había sido secretario de la Comisión Conciliar
Preparatoria para la Liturgia. Como su trabajo no había sido satisfactorio
–había tenido lugar bajo la dirección del Cardenal Gaetano Cicognani– no fue
promovido a secretario de la Comisión Conciliar. En su lugar fue nombrado Fray
Ferdinando Antonelli OFM (más tarde Cardenal). Un grupo organizado de
liturgistas hizo ver a Pablo VI esta postergación como una injusticia hacia el
P. Bugnini, y se las arreglaron para lograr que el nuevo Papa, que era muy
impresionable ante estos procederes, reparara la "injusticia"
nombrando al P. Bugnini secretario del nuevo Consilium responsable
de implementar la reforma.
Estos
dos nombramientos, del Cardenal Lercaro y del P. Bugnini, para lugares clave en
el Consilium, hicieron posible que se oyeran voces que no habían
sido oídas durante el proceso del Concilio y, de la misma manera, se
silenciaran otras que sí lo habían sido. Además, el trabajo del Consilium se
llevó a cabo en áreas de trabajo inaccesibles a quienes no fueran miembros del
mismo.
Con
el fin de establecer la coincidencia o la contradicción entre las
reglamentaciones del Concilio y la reforma tal cual fue llevada a cabo, veamos
brevemente las instrucciones Conciliares más importantes relativas al trabajo
de reforma.
Las
instrucciones generales, que conciernen sobre todo a los fundamentos
teológicos, están contenidas principalmente en el artículo 2 de Sacrosantum Concilium.
Aquí se establecen primeramente la naturaleza terreno-celestial de la Iglesia,
su Misterio, tal como la liturgia debería expresarlo: todo lo humano debe estar
ordenado y subordinado a lo divino; lo visible a lo invisible; lo activo a lo
contemplativo; el presente a la futura Ciudad de Dios que buscamos. De acuerdo
con esto, la renovación de la liturgia debe ir de la mano con el desarrollo y
la renovación del concepto de Iglesia.
El
artículo 21 deja asentada la condición previa para cualquier reforma litúrgica:
que hay en la liturgia una parte inmutable, pues fue decretada por Dios, y
partes que pueden ser cambiadas, o sea aquellas que se introdujeron en el curso
del tiempo en forma impropia o han probado ser menos apropiadas. Los textos y
los ritos deben corresponderse con la orden establecida en el artículo 2, y por
esto pueden ser mejor entendidos y mejor experimentados por el pueblo. En el
artículo 23 aparecen sobre todo guías prácticas que deben ser seguidas para
lograr la correcta relación entre tradición y progreso. Debe emprenderse una
precisa investigación teológica, histórica y pastoral; además, se deben
considerar las leyes generales de la estructura y del sentido de la liturgia, y
la experiencia derivada de las reformas litúrgicas más recientes. Luego, se
deja establecido como norma general que la innovación se puede introducir
solamente si un genuino beneficio para la Iglesia lo demanda. Finalmente, las
nuevas formas deben surgir orgánicamente de aquellas ya existentes.
Conviene
señalar las normas prácticas para la tarea de la reforma que surgen de la
naturaleza didáctica y pastoral de la liturgia. De acuerdo con el artículo 33,
la liturgia es principalmente el culto a la majestad de Dios, por el cual los
creyentes entran en relación con Él por medio de signos visibles que la
liturgia usa para expresar realidades invisibles, signos que fueron elegidos
por Cristo mismo o por la Iglesia. Hay aquí un eco vibrante de lo que el
Concilio de Trento ya recomendaba con el fin de proteger su patrimonio del
vacío racionalista e insípido del culto protestante, patrimonio que el Santo
Padre en sus escritos a las iglesias orientales ha caracterizado como su tesoro
especial. Este "tesoro especial" también merece ser una fuente de
alimento para la Iglesia Católica. Se distingue por ser rico en simbolismo,
proveyendo de esa manera educación didáctica pastoral y enriquecimiento,
haciéndolo especialmente adecuado hasta para la gente más sencilla.
El Concilio pidió, una y otra
vez, que la reforma se adhiriera a la tradición.
Todas las reformas, a excepción
de la post-conciliar, observaron esta regla básica
Cuando
consideramos que las iglesias Ortodoxas –a pesar de su separación de la roca de
la Iglesia– a través de la expresión simbólica y el desarrollo teológico que
continuamente se incorporaron a su liturgia han preservado las creencias
correctas y los sacramentos, toda reforma litúrgica católica debería más bien
aumentar la riqueza simbólica de su forma de culto en vez de disminuirla –a
veces hasta drásticamente–.
En
lo que concierne a las guías prácticas para partes específicas de la liturgia
–sobre todo para lo central, el sacrificio de la Misa– es suficiente
concentrarse en unos pocos puntos especialmente significativos para la reforma
del Ordo Missae.
Para
ello, deben enfatizarse especialmente dos directivas Conciliares. En el
artículo 50 se da, primeramente, la directiva de que en la reforma debe manifestarse
más claramente la naturaleza intrínseca de las varias partes de la Misa y la
conexión entre ellas con el fin de facilitar la activa y devota participación
de los fieles.
Como
consecuencia, se enfatiza que los ritos deben ser simplificados pero
manteniendo al mismo tiempo fielmente su sustancia, y que ciertos elementos que
habían sido duplicados en el curso de los siglos o agregados de manera no
especialmente oportuna, debían ser nuevamente eliminados; mientras que otros,
que habían sido perdidos con el paso del tiempo, serían restaurados en armonía
con los padres Conciliares hasta donde pareciera apropiado o necesario.
EL CONCILIO: ÉNFASIS ESPECIAL EN
EL SILENCIO.
En
lo que concierne a la participación de los fieles, los varios elementos de compromiso
exterior están indicados en el artículo 30, con énfasis especial en el silencio
necesario en los momentos debidos. El Concilio vuelve a esto en más detalle en
el artículo 48, con una nota especial sobre la participación interior, a través
de la cual la adoración a Dios y la obtención de la Gracia, juntamente con el
sacerdote que ofrece el sacrificio y los demás participantes, logra sus frutos.
EL LENGUAJE LITÚRGICO.
El
Artículo 36 habla del lenguaje litúrgico en general, y el artículo 54 de los casos
particulares de la Misa. Luego de una discusión que duró varios días, en la
cual se discutieron los argumentos a favor y en contra, los padres Conciliares
llegaron a la clara conclusión – en total acuerdo con el Concilio de Trento– de
que el Latín debía ser mantenido como la lengua del culto para el rito Latino,
aunque eran posibles y aún bienvenidos los casos excepcionales. Volveremos
sobre este punto en detalle.
EL CANTO GREGORIANO.
El
artículo 116 habla extensamente sobre el canto gregoriano, haciendo notar que
éste ha sido el canto clásico de la liturgia católica desde el tiempo de
Gregorio el Grande, y que como tal debe ser mantenido. La música polifónica
también merece atención y estudio. Los demás artículos del capitulo VI, sobre
música sacra, hablan del canto y la música apropiados para la Iglesia y la
liturgia, y enfatiza espléndidamente el importante, ciertamente fundamental,
papel del órgano en la liturgia Católica.
El
artículo 107 analiza la reforma del año litúrgico, poniendo énfasis en la
afirmación o reintroducción de los elementos tradicionales y reteniendo su
carácter específico. Se enfatiza particularmente la importancia de las fiestas
del Señor y en general del Propium de tempore en la secuencia
anual, en el cual algunas fiestas sagradas debían dejar su lugar para que la
completa efectividad de la celebración de los misterios de la redención no
fuera menoscabada.
Por
cierto que estas menciones sobre la reforma litúrgica a la luz de la
Constitución para la Liturgia no son completas en lo que concierne a los
distintos temas considerados ni a cómo fueron tratados. Seleccionaré muchos y
variados ejemplos que parecen necesarios para llegar a una conclusión
convincente.
La
Iglesia y la liturgia crecen y se desarrollan juntas, pero siempre de modo que
lo terreno se organice en torno a lo celestial. La misa viene de Cristo; fue
adoptada por los apóstoles y sus sucesores como también por los Padres de la
Iglesia. Se desarrolló orgánicamente con el mantenimiento consciente de su substancia.
La liturgia se desarrolló conforme a la Fe que está contenida en ella; por esto
podemos decir con el Papa Celestino I, en sus escritos a los obispos Galicanos
en el año 422: Legem credendi lex statuit supplicandi: la
liturgia contiene y, en formas adecuadas y comprensibles, expresa la Fe. En
este sentido, el contenido de la liturgia participa del contenido de la Fe
misma y, ciertamente, contribuye a protegerla. Nunca se ha visto, entonces, en
ninguno de los ritos cristianos católicos, una ruptura, una creación
radicalmente nueva – a excepción de la reforma post-conciliar. Pero el Concilio
pidió, una y otra vez, que la reforma se adhiriera a la tradición. Todas las
reformas, comenzando con Gregorio I, a lo largo de la Edad Media, durante el
ingreso a la Iglesia de los pueblos más dispares con sus variadas costumbres,
observaron esta regla básica.
Esta
es, incidentalmente, una característica de todas las religiones, incluidas las
no reveladas, que prueba que un apego a la tradición es común a todo culto
religioso, y por lo tanto es algo natural.
No
es sorprendente, por lo tanto, que cada brote herético de la Iglesia Católica
haya generado una revolución litúrgica, como es claramente reconocible en el
caso de los protestantes y anglicanos; mientras que las reformas efectuadas por
los papas y particularmente estimuladas por el Concilio de Trento y llevadas
adelante por el Papa San Pío V, como de las de San Pío X, Pío XII y Juan XXIII,
no fueron revoluciones, sino meramente correcciones insignificantes, alineamientos
y enriquecimientos. No debía introducirse nada nuevo, como el Concilio dice
expresamente refiriéndose a la reforma deseada por los Padres Conciliares,
salvo que lo demandara el bien genuino de la Iglesia.
MULTIPLICIDAD PRÁCTICAMENTE
ILIMITADA.
Hay
varios ejemplos de lo que la reforma post-conciliar de hecho produjo, sobre
todo, en su mismo corazón, el radicalmente nuevo Ordo Missae. El
nuevo introito de la Misa asegura un lugar destacado a muchas variantes, y por
medio de posteriores concesiones a la imaginación de los celebrantes con sus
comunidades, ha ido llevando a una multiplicidad prácticamente ilimitada. De
cerca le sigue el Leccionario, al cual volveremos en conexión con otro asunto.
EL OFERTORIO, UNA REVOLUCIÓN.
Luego
de esto viene el Ofertorio, el cual, en sus textos y contenido, representa una
revolución. Ya no aparece como el antecedente del sacrificio sino,
solamente, como una preparación de los dones, con sentido evidentemente
humanizado, lo que nos impresiona como artificioso del principio al fin. En
Italia fue llamado el sacrificio de los coltivatori diretti, esto
es, de la poca gente que aún cultiva personalmente sus pequeñas parcelas de
tierra, mayormente antes y después de su ocupación principal. Debido a los
grandes medios técnicos a disposición de la agricultura, que hoy sólo se pueden
obtener por vía de la industria, para la producción del pan se utiliza muy poco
trabajo del hombre. Desde la arada hasta la cosecha de la cual proceden los
granos de trigo son necesarias muy pocas manos humanas. La substitución de la
ofrenda de los dones para el sacrificio por realizarse es más bien un
desafortunado y anacrónico simbolismo que escasamente puede reemplazar los
varios elementos simbólicos genuinos que fueron suprimidos.
Se
hizo también tabula rasa con los gestos altamente recomendados
por el Concilio de Trento y solicitados por el Concilio Vaticano II, como
también muchas Señales de la Cruz, besos al altar y genuflexiones.
EL SACRIFICIO.
El
centro esencial, la acción sacrifical en sí misma, sufrió un perceptible desvío
hacia la Comunión, habiendo sido el Sacrificio de la Misa en su totalidad
transformado en una comida Eucarística, mientras que en la conciencia de los
creyentes los componentes integrantes de la Comunión reemplazaron al componente
esencial del acto transformador del sacrificio. El cardenal Ratzinger también
ha determinado expresamente, en referencia a las más modernas investigaciones
dogmáticas y exegéticas, que es teológicamente falso comparar la comida con la
Eucaristía, lo que ocurre prácticamente siempre en la nueva liturgia.
Con
esto el terreno queda preparado para otro cambio esencial: en lugar del
sacrificio ofrecido por un sacerdote ungido como alter Christus viene
la comida comunitaria de los fieles convocados bajo la presidencia del
sacerdote. La intervención de los cardenales Ottaviani y Bacci persuadió al
Papa de trastocar la definición que confirmaba este cambio en el Sacrificio de
la Misa, por lo que fue “destruida” por orden de Pablo VI. La corrección de la
definición, de todos modos, no resultó en ningún cambio en el propio Ordo
Missae.
CELEBRACIÓN VERSUS
POPULUM.
Estos
cambios del corazón del Sacrificio de la Misa fueron confirmados y estimulados
por la celebración versus populum, una práctica que anteriormente
había sido prohibida y que era una marcha atrás de toda la tradición de
celebración hacia el Este, en la cual el sacerdote no era la contraparte del
pueblo sino más bien alguien que actuaba in persona Christi, bajo
el símbolo del sol naciendo en el Este.
LA FÓRMULA DE CONSAGRACIÓN DEL
VINO Y EL MISTERYUM FIDE.
Es
pertinente señalar un cambio muy serio en la fórmula de la consagración del
vino en la Sangre de Cristo: las palabras Mysterium fidei fueron
eliminadas, e insertadas luego como una exclamación en conjunto con el pueblo,
todo un golpe para la "actuosa participatio".
¿Qué
dice expresamente la investigación histórica que el Concilio ordenó como previa
a la realización de cualquier cambio? Que esas palabras datan de las primeras
tradiciones de la Iglesia Romana que nos son conocidas, que nos fueron
transmitidas por San Pedro. San Basilio, quien a través de sus estudios en
Atenas estaba ciertamente familiarizado con la tradición occidental, dice a
propósito de las fórmulas de todos los sacramentos, que no habían sido escritas
en las bien conocidas sagradas escrituras de los apóstoles y sus sucesores y
discípulos, con motivo de la disciplina de secreto que entonces imperaba, por
lo cual los más sagrados misterios de la Iglesia no debían estar al alcance de
los paganos. Dice expresamente, como todos los testigos del cristianismo que
participan de la misma convicción, que además de las enseñanzas escritas que
nos fueron entregadas, tenemos otras que in mysteria tradita sunt y
que datan de la época de los apóstoles; dice que ambas tienen el mismo valor y
que nadie debe contradecir ninguna de las dos. Como un ejemplo, cita
expresamente las palabras por las cuales el pan Eucarístico y el Cáliz de
Salvación son consagrados. ¿Cuáles de los santos nos las han entregado
escritas?
Santo Tomás dice que las
palabras
¨mysterium fidei¨ vienen de
tradición divina
Todos
los subsiguientes períodos de la historia testimonian expresamente sobre esta
herencia histórica en la fórmula de la Consagración Eucarística: el
sacramentario gelasiano –el misal más antiguo de la Iglesia Romana– contiene en
el códice vaticano en el texto original las palabras ¨mysterium fidei",
y no como una adición posterior.
La
gente siempre se ha preguntado sobre el origen de estas palabras. En 1202,
Juan, arzobispo emérito de Lyons, preguntó al papa Inocencio III, cuyos
conocimientos litúrgicos eran bien conocidos, si uno debía creer que las
palabras del canon de la Misa que no provienen de los evangelios fueron
transmitidas por Cristo y los apóstoles a sus sucesores. El Papa respondió en
una larga carta de Diciembre de ese año que debemos creer que estas palabras
que no están en los Evangelios fueron recibidas de Cristo por los apóstoles y
de ellos pasaron a sus sucesores. El hecho de que esta decretal (incluida en la
colección de cartas decretales de Inocencio III y que fueron compiladas por Raimundo
de Peñafort por orden del Papa Gregorio IX) no fuera excluida como lo fueron
otras, prueba el prolongado valor otorgado a esta afirmación del gran Papa.
Santo
Tomás habla largamente sobre este tema en la Summa Theologiae III,
q. 78, art. 3, que trata de las palabras de la consagración del vino.
Explicando la arcana necesaria disciplina de la antigua Iglesia, dice que las
palabras ¨mysterium fidei¨ vienen de tradición divina, que
fue entregada a la Iglesia por los apóstoles, haciendo especial referencia a 1
Cor. 10(11) -23 y a 1 Tim. 3-9. Un comentarista se refiere a DD Gousset en la
edición de 1939 de MARIETTI : ¨sarebbe un grandissimo errore sostituire
un´altra forma eucharistica a quella del Missale Romano ... di sopprimere ad
esempio la parola aeterni e quella mysterium fidei che abbiamo dalla tradizione¨. También el Concilio de Florencia, en la bula de
unión con los Jacobitas, añade expresamente la fórmula de la consagración en la
Santa Misa, que la iglesia Romana ha usado siempre fundándose en la enseñanza y
autoridad de los apóstoles Pedro y Pablo.
Uno
se extraña de la manera supremamente desdeñosa con la que el Cardenal Lercaro y
el P. Bugnini prescindieron de la obligación de emprender una investigación
histórica y teológica detallada en el caso de un cambio tan fundamental. Si
semejante cosa tuvo lugar a este respecto, ¿cómo habrán cumplido esta
obligación fundamental antes de hacer otros cambios?
La
Eucaristía no es sólo el misterio único de nuestra fe, es también un misterio
perdurable, del que siempre debemos permanecer conscientes. Nuestra vida
eucarística de todos los días requiere un intermediario que abrace
completamente este misterio – sobre todo en la edad moderna, en la cual la
autonomía y autoglorificación del hombre moderno se resisten a todo concepto
que vaya más allá del conocimiento humano, que le recuerde sus limitaciones.
Cada concepto teológico se transforma para él en un problema, y la liturgia,
especialmente como soporte de la fe, se vuelve permanentemente objeto de
desmistificación, esto es, de humanizarla al punto de hacerla absolutamente
comprensible. Por esta razón, la desaparición de mysterium fidei de
la fórmula eucarística se convierte en un símbolo poderoso de
desmitologización, un símbolo de la humanización de lo central del culto
divino, la Santa Misa.
ACTUOSA PARTICIPATIO.
Con
esto, llegamos a varias falsas interpretaciones -e igualmente falsas
implementaciones- de una demanda central de los reformadores: una ferviente,
activa participación de los fieles en la celebración de la Misa. El principal
propósito de su participación es lo que el Concilio dice expresamente: el culto
a la majestad de Dios (esto no excluye la posibilidad de que la participación
también sea activada dentro de la comunidad).
Sobre
todo, esta actuosa participatio fue solicitada como resultado
de la apatía frecuentemente lamentada de los que asistían a misa en el período
preconciliar. Si de la misma resulta un hablar y hacer sin fin, que permite a
todos volverse activos en forma del bullicio y animación que son propios de
toda asamblea humana, hasta los momentos más sagrados del encuentro eucarístico
con el Dios-Hombre se transforman en los más hablados y distraídos. El
misticismo contemplativo del encuentro con Dios y su culto, sin decir nada de
la reverencia que debería acompañarlo, muere instantáneamente: el elemento
humano mata al divino, y llena el alma de vacío y desilusión.
EL IDIOMA DEL CULTO.
Aquí
se debe mencionar un punto más, un decreto del Concilio no solamente mal
entendido sino también completamente negado: el idioma del culto.
Estoy muy al tanto de la discusión. Como experto en la comisión para los
seminarios, me fue confiada la cuestión de la lengua latina. Demostró ser breve
y concisa, y luego de larga discusión se la llevó a una forma que satisfacía
los deseos de todos los miembros y estaba lista para ser presentada en el aula
Conciliar. Entonces, en una inesperada solemnidad, el Papa Juan XXIII firmó la
Carta Apostólica Veterum Sapientiae sobre
el altar de San Pedro. De acuerdo a la opinión de la comisión, eso hacía
superflua la declaración del Concilio sobre el latín en la Iglesia (en ese
documento se pronunció no sólo sobre la relación entre la lengua latina y la
liturgia, sino sobre todas sus otras funciones en la vida de la Iglesia.)
Mientras
el tema de la lengua de culto era discutida en el aula Conciliar durante varios
días, seguí el proceso con gran atención, como también las varias redacciones
de la Constitución para la Liturgia hasta la votación final. Aún recuerdo muy
bien cómo luego de varias propuestas radicales un obispo siciliano se puso de
pie e imploró a los padres que permitieran que la cautela y la razón reinaran
en este punto, porque de otro modo habría el peligro de que toda la Misa se
celebrara en la lengua del pueblo, lo provocó que toda el aula estallara en
sonoras risas.
Por
lo tanto, nunca pude comprender cómo el Arzobispo Bugnini pudo escribir, a
propósito de la transición radical y completa del latín prescripto al uso
exclusivo de la lengua vulgar en el culto, que el Concilio había dicho
prácticamente que la lengua vernácula en toda la Misa era una necesidad
pastoral (op. cit., pp. 108-121; estoy citando del la edición original
italiana).
Por
el contrario, puedo atestiguar el hecho que, de acuerdo a la redacción de la
Constitución Conciliar sobre esta cuestión, tanto en la parte general (art. 36)
como en las reglamentaciones especiales para el Sacrificio de la Misa (art. 54)
los padres conciliares mantuvieron una acuerdo prácticamente unánime, sobre
todo en la votación final: 2152 votos a favor y sólo 4 en contra. En mi
investigación para el decreto conciliar sobre el idioma latino, caí en cuenta
de la opinión concurrente de la entera tradición: hasta el Papa Juan XXIII,
todos los esfuerzos en contrario encontraron una actitud claramente contraria.
Consideremos en particular la afirmación del Concilio de Trento, sancionada con
anatema, contra Lutero y el Protestantismo, de Pío VI contra el Obispo Ricci y
el Sínodo de Pistoya; y del Papa Pío XI, que juzgó el lenguaje de culto de la
Iglesia como "non vulgaris”. Y aún esta tradición no es
solamente una cuestión de ritual, a pesar de que ése sea el aspecto enfatizado
siempre; más bien, es importante porque la lengua latina actúa como una cortina
reverente contra la profanación (en lugar de la iconostasis de los orientales,
detrás de la cual tiene lugar la anaphora) y por el peligro de que, a través de
la lengua vulgar, todo el acto de la Misa pueda ser profanado, como de hecho
ocurre hoy en día. La precisión de la lengua latina, además, hace justicia a
los contenidos didácticos y doctrinales de la liturgia en forma única,
protegiendo la verdad de la ofuscación y la adulteración. Finalmente, la
universalidad del latín representa y sostiene la unidad de toda la Iglesia.
PRO OMNIBUS.
Por
su importancia práctica, me gustaría adentrarme con ejemplos en las dos razones
recién mencionadas. Un buen amigo me hace enviar el Deutsche Tagepost regularmente.
Siempre leo la penúltima hoja, en la que el equipo editorial, muy
laudablemente, da a los lectores la oportunidad de expresar puntos de vista
opuestos en cartas al editor del texto latino de la consagración y con su
traducción como "por todos". Una y otra vez se referían a la
filología, la que muchas veces se transforma en el amo en lugar de ser
meramente la ayudante de la teología. Monseñor Johannes Wagner dice en su
"Liturgiereformerinnerugen" (1993) que los italianos
fueron los primeros en introducir esta traducción. Desafortunadamente, nunca he
visto recurrirse a un argumento de primer orden contenido en el Catecismo
Romano Tridentino, que es a la vez teológicamente decisivo y pastoralmente de
extrema importancia. Allí la distinción teológica está claramente enfatizada:
el "pro omnibus" indica la fuerza que la Redención
tiene "para todos". La
Historia de la Salvación habla del Sacrificio de Cristo por todos; si alguien
no acepta Su Sacrificio, es cuestión personal, pero Jesús se sacrificó por
todos los hombres. Si uno toma en consideración, de todos modos, el fruto que
resulta de esa salvación a los hombres, la Sangre de Cristo no es derramada
para todos, sino más bien para aquellos que aprovechan sus beneficios.
Se
puede aquí encontrar aplicación para lo que el apóstol dijo en Heb. 9: 28, que
Cristo se sacrificó una sola vez por los pecados de ¨todos¨, y la distinción de
Cristo mismo: "Oro por ellos; no oro por el mundo, sino por
aquellos que Tú me diste, porque te pertenecen -los Apóstoles-".
Todas
estas palabras de la consagración contienen muchos secretos que los pastores
deben reconocer a través del estudio y con la ayuda de Dios.
No
es difícil ver aquí verdades pastorales de extraordinaria importancia presentes
en los contenidos dogmáticos de la lengua de culto latina, que
inconscientemente (o también conscientemente) quedan cubiertos por una
traducción impropia.
(Continúa en Cuarta Parte, 2ª. Secc.
Punto 3 “B”)
Fuente.- http://antiiglesia.blogspot.com/search/label/Puntos3AyB
Cardenal Bacci:
antonio baci
Para el pintor italiano,
véase Antonio Bacci (pintor) .
antonio baci |
|
Iglesia |
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Fijado |
18 de mayo de 1970 |
Término terminado |
20 de enero de 1971 |
Predecesor |
|
Sucesor |
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Otras publicaciones |
Cardenal-diácono de Sant'Eugenio (1960-1971) |
Pedidos |
Antonio Bacci (4
de septiembre de 1885 - 20 de enero de 1971) fue un cardenal italiano de la Iglesia Católica Romana . Se desempeñó como Secretario de Breves de los Príncipes de
1931 a 1960, cuando fue elevado al cardenalato por el Papa Juan XXIII . Él es quizás
mejor conocido por su papel en la Intervención de
Ottaviani .
Biografía [ editar ]
Bacci nació en Giugnola , cerca de Florencia , y fue ordenado sacerdote
el 9 de agosto de 1909. De 1910 a 1922 fue profesor y director espiritual del seminario de
Florencia. Bacci luego ingresó a la Secretaría
de Estado del Vaticano en 1922 como experto en latín . Fue
elevado al rango de chambelán honorario de Su Santidad el
15 de marzo de 1923 y nombrado Secretario de Breves de los Príncipes en
1931. Durante su mandato de 31 años como secretario, preparó el texto en latín
de importantes documentos del Vaticano durante los reinados. de Pío XI , Pío XIIy Juan XXIII . [1] Antes
del cónclave papal de 1958 ,
pidió "un Papa santo" que pudiera "ser un puente entre el cielo
y la tierra... entre las clases sociales... [y] un puente entre las naciones,
incluso aquellas que rechazar y perseguir la religión cristiana". [2]
Juan XXIII lo creó cardenal-diácono de Sant'Eugenio en el consistorio del 28 de marzo de 1960. El
cardenal Bacci fue nombrado más tarde arzobispo titular de Colonia en
Capadocia el 5 de abril de 1962, y recibió su consagración episcopal el
19 de abril siguiente de manos de Juan XXIII, con Los cardenales Giuseppe Pizzardo y Benedetto Aloisi Masella sirviendo como co-consagradores . Asistió al Concilio Vaticano II de
1962 a 1965 y participó en el cónclave papal de
1963 que eligió al Papa Pablo VI .
Bacci, uno de los principales expertos en
latín del Vaticano, se opuso firmemente a la introducción de la lengua
vernácula en la misa . [3] En
lo que se conoció como la Intervención
Ottaviani , Bacci, de 84 años, junto con Alfredo Ottaviani , de 79, enviaron al Papa Pablo
VI, con una breve carta de presentación de ellos mismos, un estudio realizado
por un grupo de teólogos bajo la
dirección del arzobispo Marcel Lefebvre criticando
el proyecto de Orden de la Misa de la revisión del Misal Romano . [4]En su
carta, los dos cardenales dijeron que el estudio mostró que el nuevo Orden de
la Misa "representa, tanto en su conjunto como en sus detalles, una desviación
sorprendente de la teología católica de la Misa tal como fue formulada en la
Sesión 22 del Concilio de Trento ... al que, sin embargo, la
conciencia católica está ligada para siempre. Con la promulgación del Novus
Ordo, el católico leal se enfrenta así a una alternativa de lo más
trágica".
Entre las publicaciones de Bacci
estaba Lexicon Eorum Vocabulorum Quae Difficilius Latine Redduntur ,
un diccionario de términos modernos en latín; inventó palabras como gummis
salivaria ("goma de mascar"), barbara saltatio ("el
giro") y diurnarius scriptor ("reportero de un
periódico"). [3] [5] Esta
fue una referencia estándar para los escritores de latín moderno , especialmente en el
Vaticano, hasta que fue reemplazada por el Lexicon Recentis Latinitatis .
Bacci murió en la Ciudad del Vaticano , a los 85 años.
Está enterrado en su Giugnola natal, cerca de Florencia.
Referencias [ editar ]
1.
^ "Siete sombreros nuevos" . tiempo _ 14 de marzo de 1960.
Archivado desde el original el 3 de noviembre de 2012.
2.
^ "Pastor de almas" . tiempo _ 3 de noviembre de 1958.
Archivado desde el original el 31 de enero de 2011.
3. ^Saltar a:a b "Hitos". tiempo_ 1 de febrero de 1971. Archivado desdeel originalel 21 de diciembre de 2008.
4.
^ "El arzobispo Lefebvre reunió a un grupo de 12
teólogos que escribieron bajo su dirección, Un breve estudio crítico del Novus
Ordo Missae, a menudo llamado la Intervención de Ottaviani". Una breve historia de la FSSPX Archivado el 24 de septiembre de 2015 en Wayback Machine.
5.
^ "Ad Cultores Optimos" . tiempo _ 16 de febrero de 1953.
Archivado desde el original el 22 de diciembre de 2008.
Enlaces externos [ editar ]
·
Las Memorias del
Cardenal Antonio Bacci traducidas por el Dr. Anthony Lo Bello
·
"Meditaciones para
cada día" escrito por el cardenal Bacci en 1959 y traducido en 1965.
·
Personajes de la Intervención: Bacci
·
Discurso del cardenal Bacci ante el Consejo sobre el latín y la lengua
vernácula en la liturgia . Primera vez
traducida al inglés (trad. por Timothy Wilson)